En el contexto de la pandemia de COVID-19ha sido habitual leer y escuchar en los medios de comunicación el uso del término «grupo vulnerable» para referirse a aquella población con mayor riesgo de verse afectada por la infección1. Ello nos ha invitado a elaborar algunas reflexiones relativas a cómo la noción de «grupo o población vulnerable» se emplea habitualmente en el campo de las ciencias de la salud.
La primera de ellas, quizás obvia, lleva a considerar que se trata de una categorización que promueve una visión de la realidad social en tanto compuesta por grupos que comparten ciertas características («grupos o poblaciones vulnerables») por las que son «vulnerables». En este sentido, el sujeto queda desdibujado en una realidad que se presenta agregada y homogénea, oscureciéndose las posibles diferencias interindividuales que pueda haber entre los «vulnerables».
La segunda cuestión hace referencia a quién aplica el adjetivo «vulnerable». Tal como señala Spiers2, podríamos hablar de un etiquetado etic, en alusión a la clásica distinción etic/emic propia de la antropología, en la medida en que el «vulnerable» es definido así por otro, el profesional sanitario, y no por él mismo (visión emic). Con esta diferenciación, Spiers apunta a la existencia de una dimensión experiencial y subjetiva (sentirse «vulnerable») que situaría en primera línea al sujeto que puede (o no) percibirse como tal. Cabría interrogarse entonces acerca de si quienes son externamente etiquetados como «vulnerables» se describen a sí mismos/as como tales3.
Por otro lado, esta categorización etic y homogeneizadora, a pesar de pretender responder a un principio de beneficencia, puede tener consecuencias muy negativas. Cuando es realizada por un grupo con capacidad normativizadora, como el colectivo sanitario, la categorización de otros como «vulnerables» contribuye, automáticamente, a su victimización, y con ello a la pérdida de su condición agente. Aquellos considerados «vulnerables» no son capaces de protegerse a sí mismos, lo que justifica la injerencia de los grupos con poder y capacidad para generar normas (y que, según esta lógica, serían «invulnerables») en la regulación de sus vidas.
La propuesta teórica de Spiers, a nuestro juicio, abre un nuevo campo de indagación a los profesionales sanitarios centrados en la exploración del sentirse «vulnerable» y, por ende, de la vulnerabilidad como experiencia vivida. Posibilita el descubrimiento de aquello que es tomado en cuenta por los sujetos para considerarse como tales y, por tanto, la emergencia de nuevas vulnerabilidades que han podido quedar ocultas a ojos de los/las profesionales sanitarios. De este modo, facilitaría el reconocimiento de fortalezas en grupos habitualmente considerados «vulnerables», en la misma medida que identificaría debilidades en grupos considerados «invulnerables».
Por tanto, el reto para las personas investigadoras, gestoras o profesionales asistenciales en el campo de la salud pública reside en analizar cómo articular este nuevo planteamiento con el diseño de intervenciones y políticas de salud. Esta nueva conceptualización implica la emergencia de acciones que contemplen espacios y tiempos que posibiliten poner en valor las subjetividades de quienes son considerados «vulnerables».
Contribuciones de autoríaLas personas firmantes han concebido y redactado la carta, y han aprobado su versión final.
FinanciaciónNinguna.
Conflictos de interesesNinguno.