He leído con interés el artículo de Oter-Quintana et al.1 y me gustaría comentar un aspecto que me parece relevante. Los autores se cuestionan si quienes son externamente etiquetados como «vulnerables» se describen a sí mismos/as como tales, y abogan por acciones que contemplen espacios y tiempos que posibiliten poner en valor las subjetividades de quienes son considerados «vulnerables». En este sentido quiero poner el foco en un colectivo que en el contexto de la COVID-19ha sido y es denominado «vulnerable» en numerosas ocasiones, refiriéndome al grupo de las personas diabéticas. Se considera que la elevada prevalencia de diabetes mellitus tipo 2 en la población hace que esta sea un problema de salud en el que centrar esfuerzos para dar la mejor respuesta a tales pacientes, por considerarlos más vulnerables al desarrollo de la infección y candidatos a presentar cuadros clínicos más graves2. Ciertamente, una glucemia elevada en el momento de ingreso de los pacientes con COVID-19 es un factor de riesgo, ya que la mortalidad en los pacientes con hiperglucemia en ese momento alcanza el 41,1%. Además, la hiperglucemia también está relacionada con mayor necesidad de ventilación mecánica y riesgo de ingresar en la unidad de cuidados intensivos. No obstante, por otro lado es un factor de riesgo independiente de la edad y de otras enfermedades previas, incluida la diabetes, dado que la hiperglucemia se debe a la acción del SARS-CoV-23. Los Centers for Disease Control and Prevention consideran que la diabetes, tanto de tipo 1 como de tipo 2, es una condición con mayor riesgo de desarrollar COVID-19 grave, igual que otras condiciones como insuficiencia cardiaca, enfermedad pulmonar obstructiva crónica, tabaquismo, obesidad, asma e hipertensión arterial4. En España, la guía de actuación para la gestión de la vulnerabilidad y el riesgo contempla a las personas con diabetes como grupo vulnerable, pero estratifica el nivel de riesgo en función de si la enfermedad está controlada o descontrolada, y de si hay comorbilidad5. Dicho esto, parece que en el abordaje de las personas diabéticas lo interesante es potenciar el buen control de la enfermedad y no tanto cimentar una narrativa en torno a los constructos «paciente de riesgo» o «vulnerable», ya que esto puede derivar en conductas desproporcionadas, miedo o aumento excesivo de la percepción de amenaza en las personas con diabetes. Por tanto, en total consonancia con lo argumentado por Oter-Quintana et al.1, quiero insistir en la necesidad de modular el lenguaje que utilizamos al referirnos a estos/as pacientes, e incluso a contextualizar la etiqueta «vulnerable» cuando son ellos/ellas mismos/as quienes la utilizan a consecuencia de la narrativa externa y no de una valoración individual.
Contribuciones de autoríaA. Santillán-García es la única autora de la carta.
FinanciaciónNinguna.
Conflicto de interesesLa autora forma parte del comité editorial deGaceta Sanitaria,pero no ha participado en el proceso editorial del manuscrito.