El open access, entendido como el acceso libre y gratuito a los contenidos publicados de la investigación, a primera vista parece irrefutable. Más todavía en campos como la salud pública, en los que, en su mayoría, investigadores e investigaciones se organizan y financian con recursos públicos. De hecho, las propias administraciones y los gobiernos potencian ya directamente la publicación en acceso abierto de la investigación financiada con fondos públicos; por ejemplo, la Fundación Española para la Ciencia y Tecnología1, y con un carácter mucho más contundente los National Institutes of Health de los Estados Unidos2, la Unión Europea3 y el mismísimo gobierno británico siguiendo las indicaciones del conocido como Finch Report4 (eso sí, encargado con la explícita instrucción de que en sus conclusiones no debía perjudicar a la potente industria editorial local5). Todas estas iniciativas oficiales se decantan por la llamada gold road, referida a la publicación en revistas de acceso libre en las que los autores pagan los costes correspondientes. Pero este modelo no es el único. Algunas disciplinas científicas (como las matemáticas, la astronomía y la física) vienen utilizando fórmulas de publicación en acceso libre sin costes adicionales6 (a destacar la propuesta de arXiv.org7), no sólo para compartir con otros colegas datos e investigaciones, sino también como alternativa a algunos procesos claramente mejorables en las revistas científicas tradicionales, como el peer-review tal y como funciona y «malfunciona» en estos medios8. Parece que BioMed Central e incluso PubMedCentral intentaron inicialmente emular esta fórmula, aunque se quedaron a bastante distancia del original9. Aun así, en el citado Finch Report4 se menciona (p. 86) la preocupación de las compañías editoriales por el impacto de repositorios como arXiv.org o PubMedCentral en la disminución de las descargas desde sus propias plataformas, lo que pone «nerviosas» a estas compañías por «la pérdida de suscripciones» (principalmente desde universidades e instituciones públicas, ya que el número de descargas es un criterio para renovar o no estas suscripciones con las editoriales).
«A ridiculous transaction»Parece que el asunto económico es inseparable de los actuales modelos de publicación científica, al menos en áreas tan rentables como las ciencias de la salud. Así, para Eisen, biólogo molecular y cofundador de PLOS (Public Library of Science, compañía editorial que aglutina varias revisas de acceso abierto), el mercado tradicional de la publicación no tiene lógica y es, en sus propias palabras, «a ridiculous transaction»10: en las revistas de suscripción es la propia comunidad científica no sólo la que genera el producto de cambio (el artículo científico), sino también la que lleva a cabo el proceso esencial en la publicación académica, el peer review, y la que debe pagar por acceder a su propio trabajo o al de los colegas. Si bien no parece justo ni lógico que sea así, el tránsito de los costes desde las instituciones y las universidades (las que en mayor medida nutren de suscripciones a las revistas) a los autores (que a su vez se financian mayoritariamente con los fondos que consiguen de sus instituciones y universidades) no va a resolver el problema. La transacción sigue siendo ridícula. Pero bien es cierto que la nueva fórmula se ha mostrado rápidamente rentable: los beneficios netos de PLOS en 2013 fueron de 9,87 millones de dólares, superando en un 38% los del año anterior11. Por otra parte, los costes de publicación en las revistas de PLOS presentan una inquietante correlación con el factor de impacto de cada revista. Muy en línea con las palabras de un editor de Springer: «los precios se establecen en función de lo que el mercado quiera pagar por ellos»10.
Del «publish or perish» al «publish in open access or perish»Según el Study of Open Access Publishing12 (cuyos resultados y datos originales, por cierto, están libremente disponibles en el repositorio arXiv.org previamente citado), un 39% de los casi 40.000 investigadores encuestados online consideraba que la falta de fondos era una barrera para publicar en revistas de acceso libre. Sin embargo, los datos de este mismo estudio muestran que el open access cuenta con el optimismo y la aceptación de la mayoría de los investigadores: el 89% de los encuestados consideraba que el acceso libre a los artículos publicados en las revistas científicas redundaría en beneficio de su campo de investigación. Los científicos jóvenes se han mostrado igualmente entusiastas13. Al margen de las preferencias de cada uno, y de que todavía algunos autores se opongan, creemos que torpemente, a publicar en open access14, mientras que otros, con más acierto, juzgan críticamente el modelo que parece imponerse15, el open access ya está aquí. El modelo que apoyan gobiernos e instituciones en los países que lideran ciencia y publicación científica2–4 es el de las revistas que cobran los costes a los autores, y esta es la opción que parece también haber aliviado las preocupaciones de las principales compañías protagonistas en el mercado de la publicación, y que de hecho ha generado nuevos y lucrativos nichos de mercado. Al menos, de momento. Algunas voces cuestionan la sostenibilidad de este modelo y ponen en duda que las agencias de financiación o los organismos de investigación puedan o quieran hacerse cargo de los costes de publicación de los investigadores de forma ilimitada16.
Quizás, como también se ha señalado, el open access sólo estaría justificado cuando no tenga ánimo de lucro, permaneciendo, si eso fuera posible, al margen de las lógicas de mercado17. Hay casos: el Croatian Medical Journal, con merecido orgullo18, ha conseguido mantener sus contenidos en abierto y sin costes para los autores (la llamada platinum o diamond road), a la vez que ha llegado a alcanzar prestigio internacional. Lamentablemente esta revista es una excepción, pero son cada vez más comunes las nuevas revistas y compañías editoriales open access, del orden de centenares, que transgreden todos los principios éticos y se comportan literalmente como scam (inglés para «estafa», se aplica particularmente a correos-e o páginas web fraudulentas). Estas últimas han alimentado un nutrido repertorio de situaciones dantescas19 y han hecho tristemente famosa la Lista de Beall20, un registro con las así llamadas revistas y editoriales «depredadoras» elaborado y mantenido trabajosamente por un bibliotecario de la Universidad de Colorado, en Denver. No es difícil intuir los riesgos de reunir, por un lado, autores bajo una enorme presión por publicar, y por el otro empresas que aumentan sus beneficios cada vez que aceptan un trabajo para publicar, siendo además ilimitado el número de trabajos que puede publicarse en el espacio virtual. Es posible que los investigadores más experimentados identifiquen fácilmente y eviten, por tanto, este tipo de revistas. También es común limitar el alcance de este problema, en sus dos componentes, autores y revistas, a los países del Tercer Mundo, con escasa tradición y muy limitado apoyo para la publicación científica. Sin embargo, algunas de las revistas y compañías «depredadoras» identificadas en el listado de Beall tienen sede en países no tan remotos. En cualquier caso, estas prácticas son indicadoras de que la publicación científica es fuente segura de lucro económico. Sea en su vertiente más extrema y execrable (los «depredadores») o a través de las desmesuradas suscripciones institucionales recaudadas por los grandes grupos editoriales, está claro que la publicación científica puede ser, y de hecho es, un negocio rentable.
EpílogoLos argumentos que defienden los impulsores del open access basado en cobrar a los autores (como la Open Society Foundations, una curiosa entidad bajo la tutela de George Soros, cuyo objetivo, según reza su página web, es «ayudar a los países a hacer la transición desde el comunismo»21) es el ideal de justicia que emana del hecho de hacer públicamente disponibles y de manera gratuita los frutos de la investigación, financiada también mayoritariamente con recursos públicos. ¿Pero en verdad lo que reclama el público –incluyendo algunos grupos particularmente sensibles o determinantes como puedan ser pacientes, juristas o políticos– es el acceso libre a lo que se publica en las revistas científicas? ¿Es el texto de los artículos científicos lo que interesa a la población? Y entre los investigadores y profesionales, ¿hay una demanda similar? ¿Existen realmente problemas insalvables para acceder a los artículos que se desea leer y estudiar? Cierto es que en los países más pobres pueden existir estos problemas, pero ¿contribuirá a resolver esta situación de desigualdad la existencia de barreras económicas para la publicación, aun habiendo mecanismos para la exención de tasas, por otra parte bastante restrictivos? ¿Tendrán los investigadores que puedan acogerse a esa exención del pago las mismas oportunidades que sus colegas bien financiados para publicar en las revistas open access, siendo que sus artículos requieren –como mínimo– el mismo trabajo editorial y no reportan ningún beneficio económico para la sostenibilidad de las revistas?
No parece que el modelo más generalizado de open access en ciencias de la salud (los autores pagan) venga a resolver ninguno de los problemas centrales de nuestras disciplinas: hiperproducción de baja calidad, atención desproporcionada de autores y revistas hacia indicadores deficientes y manipulables (como los factores de impacto bibliográficos), procesos editoriales mejorables8 y retrasos injustificables en la transferencia de los resultados de la investigación para la toma de decisiones en la práctica profesional y para la formulación de las políticas públicas. No hemos encontrado la panacea. Habrá que seguir buscando.
Editora responsable del artículoCarmen Vives-Cases.
Contribuciones de autoríaA.M. García es la única autora.
Conflictos de interesesParte de la actividad profesional de la autora está relacionada con la publicación científica, fundamentalmente como autora, revisora, colaboradora con revistas científicas y directora de una de ellas. Ninguna de estas actividades es directamente remunerada.
FinanciaciónNinguna.
Carlos Álvarez-Dardet (Universidad de Alicante) y Manuel Arranz (Escuela Valenciana de Estudios en Salud) leyeron y comentaron cabalmente una versión previa de este texto. A ambos, agradecida. La versión final del artículo se enriqueció tras la revisión de Esteve Fernández (Universitat de Barcelona, Insitut Català d’Oncologia), a quien quiero también reconocer sus generosas y sensatas aportaciones al texto.