El 13 de mayo de 2012 fallecieron dos mujeres como consecuencia de las altas temperaturas registradas en la isla de Gran Canaria. Otras cinco personas fueron atendidas por patologías relacionadas con esta exposición mientras realizaban senderismo. Todos los casos eran turistas británicos mayores de 65 años. La gravedad del hecho no implica que no fuera predecible desde el punto de vista del conocimiento actual que se tiene sobre los extremos térmicos y sus efectos en la salud humana.
Son varios los factores que coinciden en este suceso, desde las elevadas temperaturas que se observaron ese día en Gran Canaria, con un máximo diurno de 40,7°C, hasta la falta de habituación al calor de todos los afectados de origen británico. Numerosos estudios han descrito la existencia de una temperatura de mínima mortalidad que varía de unos lugares a otros1 como consecuencia de un proceso de adaptación biológica de la población a su entorno. La temperatura máxima diaria media para los británicos en esta época del año es de 17°C, es decir, casi 24°C menos que la exposición en el momento de su fallecimiento. Otro factor relevante es la edad de los afectados, ya que el grupo con mayor riesgo de fallecimiento por calor, debido a sus condiciones fisiológicas, son las personas mayores de 65 años2. Asimismo, la principal medida de prevención desaconseja realizar ejercicio físico al aire libre en las circunstancias meteorológicas que concurrían ese día en Gran Canaria3.
Aunque se activó la alerta meteorológica, la alerta en salud pública no estaba activada. El plan de prevención frente a temperaturas extremas se activa, por parte del Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad, a partir del 1 de junio4, por lo que desconocemos si la alerta fue transmitida adecuadamente en tiempo y forma. Además, un estudio reciente sugiere que los umbrales de alerta en salud pública en algunas capitales de provincia deberían ser revisados, entre ellos el de Gran Canaria5. La alarma en salud pública por ola de calor en Gran Canaria se activa cuando se supera simultáneamente una temperatura mínima diaria de 23°C y una máxima diaria de 33°C5. Pero dicho estudio muestra que entre 1995 y 2004 sólo se hubiese activado 12 días, con un riesgo de fallecimiento, no estadísticamente significativo, del 10%. Seguramente esto se deba a que el umbral para la temperatura máxima se revisó al alza, pasando de los 29,8°C (correspondiente al percentil 95 de la serie histórica de las temperaturas máximas de verano) a los actuales 33°C. Mientras, en la vecina Santa Cruz de Tenerife, donde sí se mantuvieron los umbrales originales basados en el percentil 95 en el mismo periodo, la alerta por ola de calor se hubiese activado 28 días, con un riesgo estadísticamente significativo del 19%5.
En conclusión, desde el punto de vista de prevención en salud pública es imprescindible la adecuada activación de las alertas, preferiblemente a partir de umbrales por ola de calor que reflejen su impacto sobre la salud humana, y hacer especial hincapié en los grupos más vulnerables que presentan un mayor riesgo.
Contribuciones de autoríaLos tres autores han participado activamente en la elaboración de la presente carta.
FinanciaciónNinguna.
Conflicto de interesesNinguno.