Es inusual en nuestra tradición política, hasta donde yo sé, que un político en activo y con aspiraciones a seguir en la política nos cuente su experiencia en el ejercicio del poder. Esto lo suelen dejar para el final de su carrera política, y en su autobiografía —o por encargo— nos cuentan anécdotas y reflexiones, algunas de ellas sabrosas, además de ajustar sus cuentas con quienes les maltrataron. Puedo entender que sea así, pues publicarlo antes y desvelar los entresijos del poder a veces es útil, la mayoría de las veces intrincado, pomposo o débil en muchas ocasiones, tiene sus riesgos.
Así que lo primero es agradecer al autor la oportunidad de leer un texto en que se muestra a un político en acción, en un momento en el cual se cumple de manera dramática el principio de que la política es una actividad para tomar decisiones. Es la esencia del poder. Otra cosa es que esas decisiones sean acertadas o erróneas, y es posible que, en este caso, al menos en parte, las decisiones hayan sido acertadas. Por eso igual estamos leyendo este libro.
Efectivamente, El año de la pandemia de Salvador Illa es la crónica en primera persona de un político a quien el destino puso en el centro de una responsabilidad, ministro de Sanidad, en la que tiene que tomar una decisión tras otra, cada día, a cada cual más difícil y delicada, para hacer frente a la pandemia más grave desde la gripe de 1918. Posiblemente el carácter que deja entrever en el libro, de una persona optimista y pragmática, le ayudó a soportar la tensión que todos podemos imaginar que se vivió en esos despachos del Paseo de Prado y La Moncloa, donde no por casualidad se instala, y que nos va mostrando de manera muy cinematográfica a lo largo del libro. Igual un buen guionista ya está preparando una serie.
El relato que construye en sus páginas, bien escritas —el autor es «de letras», licenciado en Filosofía para más señas— y hasta con suspense, especialmente en los seis primeros capítulos, es casi el diario de esas decisiones que se van tomando. Lugares de las reuniones, personas que participan y conversaciones en las que van madurando las decisiones, hasta que se adoptan. Es una secuencia, nunca lineal, a veces con un paso adelante y dos atrás, siguiendo la famosa teoría leninista, pero al final de las dudas y las consultas alguien decide, sin estar seguro de si lo que ocurrirá es lo que desea que ocurra. Sobre todo al inicio, con el estado de alarma. Como él mismo dice en el último capítulo sobre las lecciones de una crisis: «No decidir era peor que decidir equivocadamente» (p. 297).
Para este viaje, Illa encuentra a una persona, Fernando Simón, con el que conecta y de quien se fía. Fernando Simón y su equipo, entre ellos Pepa Sierra y otros expertos externos que se van incorporando, como Miguel Hernán, le permiten apoyarse en la ciencia. Esta vez no era el famoso bichito que se deja caer y se mata. Estamos ante una persona que, como queda reflejado en el libro, pero también en sus comparecencias públicas, absorbe la lógica de la investigación, sea básica, clínica o epidemiológica. Y también sus ritmos y sus limitaciones. Por ello, igualmente sabe rodearse de juristas, gestores, empresarios y diplomáticos, pues las decisiones políticas tienen otra lógica. La ciencia no cubre los 360 grados de la explicación de un problema, sea de salud o no; siempre hay ángulos muertos. Decisiones arriesgadas, aunque pragmáticas, en las que la ciencia solo puede aspirar a acompañar. Illa lo reconoce continuamente en las más de 200 personas citadas, que se recogen en el índice onomástico del libro. El más citado, 89 veces, es quien respalda y asume en última instancia las responsabilidades que conllevan las decisiones que se van adoptando: Pedro Sánchez. Lo que demuestra, una vez más, que el debate político es necesario y que la ciencia debe admitir sus incertidumbres.
En este ir y venir que va describiendo el libro encuentro algo de gran valor, a mi entender, para el futuro de la salud pública de este país. En las páginas 192 y 193, Illa nos cuenta su intento de reformar el artículo 73 de la Ley de cohesión y calidad del SNS para asimilar el Consejo Interterritorial a una Conferencia Sectorial, y así conseguir que sus acuerdos fueran de obligado cumplimiento y no solo recomendaciones. Aunque esta reforma no tuvo éxito, en un segundo intento, acogiéndose a la Ley 40/2015, de 1 de octubre, de Régimen Jurídico del Sector Público, la Abogacía del Estado certifica que el Consejo Interterritorial es considerado conferencia sectorial, por lo que sus acuerdos son de obligado cumplimiento. Un avance que refuerza el carácter federal de las políticas sanitarias en España.
En resumen, estamos ante un libro que nos ilustra sobre la relación entre ciencia y política, a propósito de la pandemia, y de cuya lectura podemos aprender en salud pública, donde ciencia y política se rozan, y a veces se solapan, sin solución de continuidad. Os lo recomiendo.
ContribuciónEl autor ha realizado al redacción del texto.
FinanciaciónEste trabajo no ha recibido ningún tipo de financiación.
Conflicto de interesesEl autor declara no tener ningún conflicto de intereses.