Describir la violencia de pareja sufrida por los jóvenes e identificar las etiquetas que mejor la describen según el sexo.
MétodosEstudio descriptivo sobre una muestra de 3087 estudiantes adultos españoles. Se utilizó el Cuestionario de violencia entre novios (CUVINO), que mide ocho formas de violencia de pareja y tres etiquetas utilizadas para describirla (maltrato, miedo y atrapamiento). Se buscaron diferencias según el sexo y se utilizaron regresiones logísticas para encontrar asociaciones entre las distintas formas de violencia de pareja y su etiquetado.
ResultadosEl 44,6% sufrió alguna situación de violencia de pareja no percibida, fundamentalmente por «desapego» (30,0%) y «coerción» (25,1%). Toda forma de violencia de pareja fue más perpetrada por las mujeres. La mayor diferencia según sexo se encontró en «castigo emocional» (sufrido por el 20,9% de los varones y el 7,6% de las mujeres) y en «violencia física» (6,6% y 2,3%, respectivamente). El 28,7% se sintió atrapado/a, el 11,8% tuvo miedo y el 6,3% se percibió maltratado/a. Los varones se etiquetaron con más frecuencia como atrapados, pero con menos miedo y maltratados. Las forma de violencia de pareja más asociada con la sensación de atrapamiento fue la coerción, tanto en hombres (odds ratio [OR]=3,8) como en mujeres (OR=5,7).
ConclusionesVarones y mujeres se enfrentan a violencia de pareja durante el noviazgo de forma diferente, y sería necesario disponer de recursos para atenderlos de manera específica. Incluir preguntas sobre la sensación de atrapamiento podría contribuir a detectar precozmente la violencia de pareja. Formas de violencia sutiles, como la coerción, deberían tenerse más en cuenta en las campañas de sensibilización.
To describe the intimate partner violence suffered by youth and to identify the descriptions that best classify it according to gender.
MethodsA cross-sectional study was carried out among a sample of 3,087 adult Spanish students. The CUVINO questionnaire was used, which measures 8 forms of intimate partner violence and uses 3 descriptions to classify it (abuse, fear and entrapment). Logistic regressions were carried out to identify differences by gender and associations between the subtypes of intimate partner violence and descriptions of the violent experience.
ResultsNearly half of the sample (44.6%) had some situation of unperceived violence, mainly of “detachment” (30.0%) and “coercion” (25.1%). All subtypes of intimate partner violence were more frequently perpetrated by women. The largest difference by gender was found in “emotional punishment” (experienced by 20.9% of men vs. 7.6% of women) and “physical violence” (6.6% vs. 2.3%). A total of 28.7% felt trapped, 11.8% felt fear and 6.3% felt mistreated. Men more frequently described themselves as trapped, but less often as afraid or abused. The subtype of intimate partner violence most associated with the feeling of entrapment was coercion in both men (OR=3.8) and women (OR=5.7).
ConclusionsMen and women face intimate partner violence while dating differently; resources are needed to address them specifically. The inclusion of routine questions about the sense of entrapment may contribute to the early detection of intimate partner violence. Subtle forms of violence, such as coercion, should be taken into account in awareness campaigns.
La violencia en las relaciones de noviazgo juvenil es un fenómeno bien documentado1,2. El interés creciente de la sociedad y de los investigadores se refleja en el aumento de las publicaciones en torno a descriptores tales como «violencia del compañero íntimo» y «violencia en el noviazgo», más adaptados a estas edades que otros términos clásicos, como «violencia doméstica» o «violencia familiar»3.
Las estimaciones de la prevalencia de este tipo de violencia presentan una gran variabilidad, pero son siempre altas1,2. Según Muñoz-Rivas et al.4, la violencia física podría estar presente en más del 30% de las parejas de entre 16 y 20 años de edad en España. Otro estudio realizado en universitarias españolas encontró una prevalencia de violencia física del 18,3%5. En general, se estima que el 12,3% de las jóvenes españolas se han visto sometidas a alguna forma de abuso en su relación de pareja6. Estas diferencias en los resultados pueden explicarse fundamentalmente por el distinto contexto de extracción muestral, por ejemplo comunidad frente a muestras seleccionadas2,7, y el método de evaluación utilizado8. Por otro lado, los datos acerca de la frecuencia de la violencia sufrida por los hombres jóvenes son escasos. Según Álvarez del Arco et al.9, la prevalencia no es tan alta como en otros grupos; no obstante, el 5% de los varones de su estudio sufrieron algún abuso en sus relaciones. En cualquier caso, las discrepancias en la prevalencia no deben ocultar un problema de salud pública de primer orden que debe ser abordado desde múltiples enfoques, entre los cuales uno de los que más preocupa es su detección e intervención temprana.
En este sentido, el etiquetado de la experiencia violenta se considera un elemento clave en el proceso de búsqueda de ayuda y, por tanto, determinante en su diagnóstico precoz10,11. Sin embargo, las víctimas pueden tener dificultades para clasificarse como maltratadas, a pesar de reconocer haber sido objeto de malos tratos12,13. En el caso de las mujeres, se sabe que el porcentaje que ha sufrido abusos por parte de su pareja y no se considera víctima puede ser superior al de las mujeres que se autoetiquetan como maltratadas14. En España, el Instituto de la Mujer15 cifró el porcentaje de mujeres adultas en esta situación, que denominaron «maltrato técnico», en un 9,6%, frente a un 3,6% de «maltrato reconocido». Sin embargo, en estudios posteriores las diferencias entre el maltrato técnico y el reconocido son más notables. Por ejemplo, Rodríguez-Franco et al.10 encontraron que el porcentaje de receptoras de abusos que no se perciben como víctimas llegaba al 71%, frente al 6,2% de mujeres que sí se reconocían como víctimas. Y García et al.5, en una muestra de estudiantes de ciencias de la salud, hallaron que el 85,8% había sufrido alguna situación de maltrato en sus parejas, pero sólo un 9,0% se etiquetaba como víctima. Entre los hombres esta circunstancia no ha sido convenientemente estudiada, aunque se sospecha que la diferencia entre el porcentaje de varones que sufre abusos y el porcentaje que realmente lo reconoce puede ser todavía más acusada, ya que podrían tener más miedo al rechazo de la sociedad e incluso de los propios profesionales16.
Por otro lado, la sensación de miedo en la relación es una de las etiquetas más asociada a la experiencia violenta10,17,18. Consecuentemente, experimentar miedo es uno de los indicadores más frecuentes en los protocolos de cribado en atención primaria19–21. En las personas jóvenes, la reacción de miedo ante la violencia parece más intensa en las mujeres que en los varones18,22,23, en especial cuando se producen agresiones con alto riesgo de producir lesiones23. Sin embargo, se sabe poco acerca de otras etiquetas que contribuyan a identificar precozmente una relación violenta, como por ejemplo la sensación de atrapamiento. En términos generales, el atrapamiento tiene que ver con una sensación experimentada por muchas mujeres víctimas de violencia, según la cual son ellas las que tienen que ajustarse al abuso y las hace sentirse incapaces de romper la relación debido a fuertes sentimientos de miedo o culpa24.
Los objetivos fueron, en primer lugar, describir el nivel de victimización sufrida y las etiquetas utilizadas por una muestra de jóvenes escolarizados en función del sexo, y en segundo lugar identificar las etiquetas que mejor describen la experiencia violenta en varones y mujeres.
Sujetos y métodoDiseñoEstudio descriptivo transversal.
ParticipantesFueron invitados a participar todos los centros educativos públicos o privados de enseñanzas medias y superiores de las provincias de Huelva, Sevilla, A Coruña, Pontevedra y Asturias (España). A cada centro se le envió información sobre los objetivos de la investigación y se ofreció la posibilidad de recibir una sesión informativa sobre violencia en el noviazgo. Finalmente se incorporaron 57 centros, que aportaron entre 2 y 312 casos válidos (X=54,2 estudiantes). En total, participaron 6746 estudiantes de ambos sexos, de los cuales se seleccionaron únicamente los mayores de edad (n=3439). Posteriormente fueron eliminados 78 que tenían parejas del mismo sexo y 274 que no indicaron el sexo de su pareja. Así, la muestra final estuvo conformada por 3087 estudiantes, de los cuales 1124 eran varones (36,4%) y 1963 eran mujeres (63,6%). La edad media fue de 19,7 años (desviación estándar=1,79; rango=15-25), con menos de 1 año de diferencia (inferior al error absoluto de medida) en las medias de edad obtenidas para estudiantes de instituto, formación profesional y universidad. La mayor parte cursaba estudios universitarios (n=1191; 38,7%) o de formación profesional (n=1165; 37,9%). En cuanto al lugar de estudio, el 50,0% era de Huelva (n=1542), el 31,4% de Oviedo (n=970), el 13,2% de Sevilla (n=409), el 3,0% de Pontevedra (n=94) y el 2,3% restante de A Coruña (n=72).
Recogida de datos y variablesCada estudiante, tras otorgar su consentimiento informado escrito, fue encuestado de manera voluntaria y anónima en su centro educativo. Se utilizó el Cuestionario de violencia entre novios (CUVINO), un instrumento validado para evaluar comportamientos violentos durante la relación más conflictiva mantenida (alfa de Cronbach=0,932)25. Dicho cuestionario consta de 42 ítems que representan conductas abusivas de diversa intensidad, evaluadas según una escala de Likert de cinco opciones (de 0=nunca a 4=casi siempre). El CUVINO permite obtener una puntuación total sumando la puntuación de sus ítems, pero también ofrece información sobre ocho formas diferenciadas o subescalas de violencia en la pareja (tabla 1). Puesto que el número de ítems contenidos en cada subescala oscila entre 3 y 7, se obtuvieron medias ponderadas dividiendo el resultado entre el número de ítems mediante la fórmula X/nescala. De esta forma se homogenizan todas las puntuaciones (rango de 0 a 4 puntos) y se permite su comparación directa. Adicionalmente se identificaron los casos positivos de violencia no percibida total y para cada subescala, que fueron aquellos que presentaron al menos un indicador positivo (una respuesta «a veces», «con frecuencia» o «casi siempre» en alguno de los ítems). Además, tres variables dicotómicas (sí/no) permitieron conocer la percepción de maltrato, miedo y atrapamiento.
Subescalas del instrumento CUVINO
Factores | N° de ítems | Ejemplo |
Desapego | 7 | Deja de hablarte o desaparece durante varios días, sin dar explicaciones, como manera de demostrar enfado |
Humillación | 7 | Te ridiculiza o insulta por las ideas que mantienes |
Sexual | 6 | Te sientes forzada a realizar determinados actos sexuales |
Coerción | 6 | Pone a prueba tu amor, poniéndote trampas para ver si le engañas, si le quieres o si le eres fiel |
Físico | 5 | Te ha golpeado |
Género | 5 | Ha ridiculizado o insultado a las mujeres u hombres como grupo |
Castigo emocional | 3 | Te niega sexo o afecto como forma de enojarse/enfadarse |
Instrumental | 3 | Te ha robado |
Los datos se introdujeron en una base de datos SPSS v. 22.0 (IMB Corp.) para su análisis. Se utilizaron procedimientos descriptivos (medidas de frecuencia, tendencia central y dispersión) y la prueba t de Student para contrastar la media de las puntuaciones en función del sexo. El tamaño de efecto para las diferencias de medias se calculó mediante la fórmula d=(Xa-Xb)/σ, y el coeficiente resultante fue interpretado según la propuesta de Cohen26: tamaño de efecto pequeño para valores comprendidos entre ≥0,20 y <0,50, efecto moderado para valores entre ≥0,50 y <0,80, y efecto grande para valores ≥0,80. También se calculó una razón para comparar los porcentajes de casos positivos entre mujeres y varones mediante la fórmula %M×100/%V. La prueba de ji al cuadrado de Pearson se empleó para contrastar las diferencias en estos porcentajes en función del sexo. Finalmente se utilizaron regresiones logísticas para encontrar la asociación entre las distintas etiquetas (maltrato, miedo y atrapamiento) y sufrir cada uno de los tipos de violencia (ocho subescalas). Además de las correspondientes odds ratios (OR) y sus intervalos de confianza del 95% (IC95%), se obtuvo la R2 de Nagelkerke para estimar la proporción de varianza explicada. Estos modelos se realizaron en hombres y mujeres por separado, ya que hubo interacción debida al sexo en todas las subescalas. Sólo se consideró estadísticamente significativo p <0,05.
ResultadosEl 44,6% (n=1377) de los estudiantes fueron casos positivos de violencia no percibida, fundamentalmente por «desapego» (30,0%) y «coerción» (25,1%). Como puede observarse en la tabla 2, los casos positivos y la puntuación media de las ocho subescalas del CUVINO fueron, de manera invariable y significativamente, más altas en los varones que en las mujeres (p<0,01). El mayor tamaño del efecto se encontró en la subescala «castigo emocional» (d=0,42; p<0,001), seguido de «físico» (d=0,40; p<0,001) y «coerción» (d=0,31; p<0,001).
Puntuaciones medias ponderadas en cada subescala de victimización, porcentaje de casos positivos y diferencias según sexo
Total | Mujeres | Varones | Contraste de medias | ||||||||||
X | σ | % | X | σ | % | X | σ | % | Δ X | d | t | p | |
Desapego | 0,47 | 0,54 | 30,0 | 0,45 | 0,54 | 26,6 | 0,51 | 0,53 | 36,0 | 0,061 | 0,11 | 3,00 | 0,003 |
Humillación | 0,26 | 0,40 | 13,1 | 0,24 | 0,40 | 11,3 | 0,29 | 0,39 | 16,3 | 0,05 | 0,12 | 3,15 | 0,002 |
Sexual | 0,19 | 0,38 | 11,8 | 0,16 | 0,36 | 8,4 | 0,25 | 0,41 | 17,8 | 0,08 | 0,21 | 5,48 | <0,001 |
Coerción | 0,41 | 0,51 | 25,1 | 0,36 | 0,50 | 19,8 | 0,52 | 0,51 | 34,5 | 0,16 | 0,31 | 8,22 | <0,001 |
Físico | 0,10 | 0,27 | 3,9 | 0,07 | 0,22 | 2,3 | 0,17 | 0,33 | 6,6 | 0,11 | 0,40 | 9,59 | <0,001 |
Género | 0,27 | 0,40 | 11,7 | 0,25 | 0,41 | 9,4 | 0,30 | 0,37 | 15,8 | 0,05 | 0,12 | 3,26 | 0,001 |
Castigo | 0,36 | 0,55 | 12,4 | 0,27 | 0,49 | 7,6 | 0,50 | 0,61 | 20,9 | 0,28 | 0,42 | 10,57 | <0,001 |
Instrumental | 0,05 | 0,22 | 2,2 | 0,03 | 0,17 | 1,1 | 0,09 | 0,28 | 4,2 | 0,06 | 0,26 | 6,07 | <0,001 |
X: media; σ: desviación típica; ΔX: incremento de la media; d: tamaño del efecto.
La tabla 3 muestra la distribución de respuestas positivas a las tres etiquetas para ambos sexos. Las mujeres declararon con más frecuencia sentirse maltratadas (p<0,001), mientras que el porcentaje de varones que indicó haberse sentido atrapado en la relación fue superior al de mujeres (p<0,05).
El estudio de la asociación entre las distintas formas de violencia y las tres etiquetas se muestra en la tabla 4. En los varones, las tres ecuaciones resultantes fueron estadísticamente significativas (p<0,001). En primer lugar, la ecuación para la etiqueta «maltrato» obtuvo una R2=21,9% basándose, por orden descendente de importancia, en «desapego» y «violencia física», y violencia basada en «género», aunque clasificando correctamente sólo al 10% de los varones que se sintieron maltratados (97,2% para el total de casos). En segundo lugar, la predicción del «miedo» percibido obtuvo una R2=15,1% en función de la «humillación» y la «violencia física», y con un 8,2% de casos positivos correctamente clasificados (93,0% del total). En tercer y último lugar, la ecuación para la sensación de estar «atrapado» obtuvo una R2=19,2% basándose en la «victimización sexual» y la «coerción», y con un 29,8% de casos positivos correctamente clasificados (73,8% del total). Por otro lado, en las mujeres también se obtuvieron tres ecuaciones estadísticamente significativas (p<0,001). El modelo de predicción de la etiqueta «maltrato» obtuvo una R2=29,1% basándose, en orden descendente de importancia, en la experiencia de victimización por «violencia física», la «humillación» y el «desapego», y con un 23,7% de casos positivos correctamente clasificados (93,5% del total). La ecuación para la etiqueta «miedo» obtuvo una R2=25,1% según «violencia física», «coerción», «humillación» y «violencia instrumental», y con un 24,8% de casos positivos correctamente clasificados (88,5% del total). Por último, la sensación de estar «atrapada» estuvo estadísticamente relacionada con la «coerción» sufrida, la «humillación», la «violencia sexual» y el «desapego», explicando una varianza de R2=32,3% y con un 37,6% de casos positivos correctamente clasificados (79,9% del total).
Asociaciones entre los factores de violencia (subescalas) y las percepciones de maltrato, miedo y atrapamiento en la pareja en función del sexo
MaltratoOR (IC95%) | MiedoOR (IC95%) | Atrapado/aOR (IC95%) | |
Mujeres (n=1963) | |||
Desapego | 2,10 (1,38-3,18)c | 1,37 (0,95-1,96) | 1,71 (1,22-2,39)b |
Humillación | 2,91 (1,59-5,30)b | 1,73 (1,05-2,85)a | 3,17 (1,90-5,29)c |
Sexual | 0,93 (0,56-1,53) | 1,37 (0,90-2,09) | 1,84 (1,19-2,83)b |
Coerción | 1,20 (0,80-1,80) | 2,61 (1,86-3,67)c | 5,71 (3,94-8,28)c |
Físico | 5,07 (2,22-11,58)c | 6,58 (3,02-14,34)c | 1,95 (0,83-4,62) |
Género | 0,76 (0,49-1,26) | 1,10 (0,74-1,66) | 0,73 (0,49-1,11) |
Castigo emocional | 1,32 (0,90-1,93) | 0,99 (0,71-1,38) | 0,80 (0,58-1,11) |
Instrumental | 1,44 (0,50-4,19) | 0,41 (0,17-,99)a | 0,57 (0,20-1,66) |
Varones (n=1124) | |||
Desapego | 2,99 (1,47-6,10)b | 1,01 (0,57-1,79) | 0,96 (0,66-1,41) |
Humillación | 1,95 (0,69-5,50) | 2,65 (1,28-5,47)b | 1,26 (0,73-2,18) |
Sexual | 1,41 (0,63-3,15) | 1,70 (0,94-3,07) | 1,61 (1,05-2,45)a |
Coerción | 0,80 (0,34-1,90) | 1,26 (0,70-2,25) | 3,75 (2,51-5,60)c |
Físico | 2,79 (1,09-7,20)a | 3,96 (1,88-8,34)c | 0,86 (0,47-1,58) |
Género | 0,25 (0,07-0,85)a | 0,77 (0,38-1,58) | 1,09 (0,67-1,78) |
Castigo emocional | 1,50 (0,85-2,67) | 1,04 (0,66-1,63) | 1,28 (0,94-1,74) |
Instrumental | 1,03 (0,25-4,27) | 0,68 (0,27-1,72) | 1,45 (0,71-2,95) |
OR: odds ratio; IC95%: intervalo de confianza del 95%.
En nuestro estudio, como en muchos otros, la diferencia entre la violencia no percibida y la reconocida es muy amplia5,10,14. El porcentaje de casos de violencia no percibida en los estudiantes varones es superior al de las mujeres, pero en ellos etiquetarse como maltratados es menos frecuente, quizá porque el reconocimiento directo del maltrato puede ser más difícil para el sexo que debe ser más violento a ojos de la sociedad. Recientemente los investigadores han puesto gran atención en estudiar la violencia sufrida por los hombres en las relaciones de pareja1,2. Muchos encuentran porcentajes de experiencias violentas similares en hombres y mujeres27. Sin embargo, las diferencias en el significado y en las consecuencias para ambos sexos continúan justificando su estudio diferenciado28. De hecho, algunas investigaciones recientes sugieren que las mujeres podrían utilizar con más frecuencia alguno de los subtipos de violencia29. En nuestra serie, las diferencias en los distintos subtipos de violencia entre sexos solo fueron despreciables (TE<0,20) en los factores «desapego» (falta de respeto y apoyo), «humillación» (insultos y críticas desmedidas) y «género» (violencia basada en el rol social), pero no en el resto. Especialmente relevantes fueron las diferencias entre sexos para los subtipos «castigo emocional» y «físico», ambas formas de violencia más sufridas por los varones. Encontrar que los varones jóvenes sufren más violencia de tipo emocional que las mujeres es un hallazgo común a otros estudios30. De la misma manera, un metaanálisis encontró que las mujeres pueden ser ligeramente más propensas a utilizar la agresión «física»31. Sin embargo, como los varones tienen más probabilidad de causar una lesión, la violencia perpetrada por estos suele ser más visible. Habida cuenta de que nuestro estudio se basa en los actos violentos y no en sus consecuencias, la interpretación de nuestros resultados va en la misma dirección.
El análisis del etiquetado de la experiencia de pareja ofreció resultados novedosos. El porcentaje de personas que considera que sufre maltrato es notablemente inferior al de quienes experimentan miedo, que a su vez es menor que el de quienes se han sentido atrapados en la relación. Estas tres etiquetas no son intercambiables entre sí, y puesto que su presencia está relacionada con una mayor experiencia de victimización en las personas jóvenes10, su inclusión en los protocolos de detección temprana está justificada32. La comparación entre varones y mujeres mostró que las etiquetas «maltrato» y «miedo» fueron más frecuentes en las mujeres. El contraste de estos resultados y los previamente comentados debe servir para llamar la atención del riesgo de interpretaciones reduccionistas, y para recordar que las experiencias recogidas mediante cuestionarios tienen utilidad para conocer la experiencia, pero un valor diagnóstico discutible. En definitiva, la violencia de pareja es sufrida tanto por varones como por mujeres, y es probable que esta experiencia sea muy diferente (en sus aspectos topográfico y vivencial) en cada sexo. De cualquier modo, estos hallazgos apoyan la petición realizada por Desmarais et al.8 sobre la necesidad de contar con recursos capaces de atender tanto a varones como a mujeres.
La sensación de atrapamiento en la relación ha recibido poca atención en la literatura previa, pero nuestros resultados señalan que es necesario analizar esta etiqueta con más profundidad, porque su prevalencia es cuatro veces superior a la de percibirse como maltratado/a y duplica holgadamente la presencia de miedo. En línea con lo expresado por Hamby y Grey-Little13 y Rodríguez-Franco et al.10, es posible que los recursos específicos destinados a víctimas no sean identificados como útiles por las personas que no son capaces de etiquetarse como maltratados/as, por lo que una parte de quienes necesitan ayuda profesional puede no encontrar la puerta de entrada a los recursos que necesita. Esto es especialmente relevante ante la evidencia de que la sensación de estar atrapado/a guarda una fuerte relación con las conductas coercitivas (control, celos, chantaje emocional…), cuya frecuencia ha hecho plantear la necesidad de diferenciarla de otras formas de violencia psicológica1. Utilizar esta etiqueta puede ayudar a los profesionales de atención primaria en contacto con población juvenil a la detección temprana del maltrato.
Por último, las asociaciones que encontramos entre el etiquetado de la experiencia violenta y los subtipos de violencia también son interesantes e interpretables desde una perspectiva de género. No obstante, es necesario señalar que el porcentaje de clasificación de los casos positivos no fue demasiado alto en ningún caso. Esta misma dificultad la han encontrado otros autores33 y podría explicarse por la falta de control de variables de interés, como sesgos cognitivos o los tiempos de la relación (duración, terminación, etc.), entre otras. En general, nuestros resultados muestran algunas similitudes entre sexos. Por ejemplo, tanto en varones como en mujeres la violencia «física» y el «desapego» hicieron más probable la percepción de maltrato; la violencia «física» y la «humillación» se asociaron al miedo; y la «coerción» y la «violencia sexual» hicieron más probable sentirse atrapado/a en la relación. En el ámbito de la atención primaria, estos hallazgos podrían ayudar a clasificar a las personas jóvenes en función del etiquetado que hacen de la experiencia de violencia, con independencia de si son varones o mujeres. De todos modos, queda claro que ambos sexos otorgan distinto peso a las diferentes formas de violencia a la hora de determinar la existencia de maltrato, miedo o atrapamiento. Así, el «desapego» tuvo el doble de influencia en los varones que en las mujeres para percibir el maltrato; la importancia de la violencia «física» fue notablemente superior en las mujeres de cara a la percepción de maltrato y el miedo experimentado; la «humillación» tuvo menor importancia para los varones a la hora de experimentar miedo, a la vez que sólo estuvo significativamente asociada a la percepción de estar atrapada en las mujeres. Es probable que estas diferencias se expliquen por cuestiones contextuales implícitas o explícitas (como las construcciones de género y los modelos de pareja aceptados), extremo que deberá comprobarse en futuras investigaciones. En cualquier caso, estos hallazgos indican que el género tiene influencia en el etiquetado de la experiencia violenta, por lo que las etiquetas deberían observarse de forma diferencial para el diagnóstico precoz.
Nuestro estudio presenta algunas limitaciones, fundamentalmente relacionadas con su diseño. La primera es que el diseño transversal no permite contrastar relaciones causales, aunque es poco probable el fenómeno de causalidad reversa en la asociación estudiada. Otra limitación emana de la propia forma de obtener la información, ya que los cuestionarios pueden producir respuestas de complacencia aun siendo anónimos, lo que llevaría a una subestimación de la prevalencia de conductas violentas. Finalmente, como ya se ha señalado, existen variables que habría sido interesante controlar, en especial las que tienen que ver con algunos tiempos de la relación.
Por último, es posible extraer conclusiones interesantes para la detección y la intervención tempranas en atención primaria. En primer lugar, tanto varones como mujeres se enfrentan a experiencias violentas en sus relaciones de noviazgo juvenil, pero lo hacen de forma diferente, lo que subraya la necesidad de disponer de recursos capaces de atenderlos de manera específica. En segundo lugar, la inclusión sistemática en la práctica clínica de preguntas relacionadas con la sensación de atrapamiento podría ser eficaz para detectar precozmente relaciones violentas. En tercer lugar, aunque la violencia «física» tiene una gran influencia sobre las etiquetas de «maltrato» y «miedo», es menos frecuente, por lo que sería recomendable otorgar mayor protagonismo a formas de violencia más sutiles (como el «castigo emocional» y la «coerción»).
La prevalencia de violencia en las relaciones de noviazgo podría ser alta, pero muchos jóvenes en esa situación no se perciben como maltratados. Conocer las etiquetas utilizadas para describir de la experiencia violenta puede contribuir a su diagnóstico precoz.
¿Qué añade el estudio realizado a la literatura?Un alto porcentaje de jóvenes se enfrenta a violencia en el noviazgo. Los varones perciben más situaciones violentas, pero las mujeres declaran con mayor frecuencia tener miedo y ser maltratadas. Es necesario atender de forma diferenciada a varones y mujeres. La sensación de atrapamiento puede ser un buen indicador de violencia. Deberían incorporarse a las campañas de sensibilización formas más sutiles de violencia.
Carmen Vives-Cases.
Contribuciones de autoríaTodos los autores firmantes han contribuido sustancialmente en el diseño y la ejecución de esta investigación, y han revisado críticamente el manuscrito. Específicamente, J. López-Cepero realizó los análisis estadísticos y redactó, junto con A. Lana, el manuscrito inicial. L. Rodríguez-Franco y S.G. Paíno participaron en la recogida y la interpretación de los datos. F.J. Rodríguez-Díaz es el responsable.
FinanciaciónInvestigación financiada por el Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad de España (Proyecto SUBINMU012/009). El organismo financiador no tiene ningún papel específico en el diseño, la recogida, el análisis ni la interpretación de los datos. Los autores son los únicos responsables del contenido del manuscrito.
Conflicto de interesesNinguno.