El pasado 12 de diciembre falleció por COVID-19 el médico Juan Laguna, que fue durante 30 años epidemiólogo provincial de Granada. Tenía 70 años y estaba jubilado desde hacía seis. Su muerte ha sido un acontecimiento muy doloroso para muchas personas que estaban implicadas con él en numerosas actividades de lucha social y ciudadana, para sus colegas profesionales, y en especial para sus amigos y familiares.
Como profesional, era un epidemiólogo con una fuerte vocación por el trabajo de campo y la epidemiología práctica, y siempre con un alto contenido social, centrado en las personas vulnerables y en los determinantes sociales de la salud. Su entrada en la profesión se produjo en los primeros años 1980 en el marco de la salud pública de la época democrática, en una generación que venía de rebelarse contra la vieja epidemiología y reorientaba nuestro sistema sanitario, después del drama del síndrome del aceite tóxico.
Juan Laguna trabajó en la creación y mejora de la red de alerta epidemiológica, en la red de vigilancia de médicos centinela de la gripe y en las sucesivas epidemias, en la extensión de la cobertura de los programas de vacunación (en particular en poblaciones marginales), y en brotes de toxiinfecciones, tuberculosis, etc. Su trabajo como epidemiólogo estaba marcado también por su formación como especialista en medicina interna (MIR en Vigo) y su experiencia como médico durante varios años en el medio rural y urbano. Sus compañeros cercanos acudíamos a él tanto por su saber social como por su orientación clínica.
Mención especial merece su trabajo en relación con la terrible epidemia de sida que afectó con especial crudeza a nuestro país durante las décadas de 1980 y 1990. Fue un pionero en la lucha contra esta epidemia, en la que destacó por su visión social y de atención a los colectivos vulnerables, impulsando la creación y el mantenimiento del «Foro SIDA» que aunaba los esfuerzos de los profesionales y los actores sociales vinculados en la provincia. Desempeñó un papel relevante en la creación y la defensa de unidades específicas para su prevención y tratamiento, tanto dentro como fuera de los hospitales, con especial atención al mantenimiento del anonimato en la realización de pruebas, lo que contribuyó a la captación y el seguimiento de casos que de otra manera no habrían acudido al sistema. En este campo también trabajó como investigador en proyectos internacionales.
Participó en los comienzos de la Sociedad Española de Epidemiología y de la Sociedad Española de Salud Pública y Administración Sanitaria. Fue docente en la Escuela Nacional de Sanidad y en la Escuela Andaluza de Salud Pública; en esta última trabajó en proyectos de cooperación sanitaria internacional en Sarajevo, Bosnia Herzegovina y Managua. Realizó una importantísima tarea docente con los equipos de atención primaria y con sus profesionales. Fue siempre un defensor muy activo de la sanidad pública y miembro de la Asociación para la Defensa de la Sanidad Pública.
Su compromiso social se manifestó siempre en el marco de su propio trabajo como epidemiólogo y en su lucha por la salud en todos los escenarios antes citados, pero fue un activista social permanente desde su época de estudiante de medicina en la Universidad Complutense de Madrid. Fue militante político y participó en el movimiento estudiantil y en el asociativo vecinal de la capital, y ya en Granada, en muchas asociaciones de lucha por los derechos humanos, en la mejora de las condiciones para la población inmigrante, en asociaciones de cooperación internacional, y en asociaciones y movimientos ecologistas y de lucha por la ciudad. En los últimos años fue un ardoroso difusor de la Banca Ética. Siempre estaba presente en todas estas luchas por una sociedad mejor y más justa.
Juan Laguna era una persona rigurosa que sustentaba sus posiciones en el mejor conocimiento disponible, ajena a protagonismos y disputas estériles, abierto al debate y al contraste de opiniones desde el respeto y el reconocimiento del otro. Siempre era agradable trabajar con él, por su conocimiento que entregaba sin reserva y por su capacidad de generar un ambiente cordial en las sesiones de trabajo y docentes. Juan era una persona amable en toda la amplitud del término. Aunque no era granadino, amaba esta ciudad y pocas personas han disfrutado más que él de sus paseos por la naturaleza. Para sus amigos y colegas, estos rasgos le hacen inolvidable.
Sus dos hijas, sus cinco nietos, su compañera Marisa y sus amigos y colegas estamos desolados por su marcha, pero esperamos que el recuerdo de su persona y de su ternura sea un alivio, cuando el duelo lo permita.