La pasada Navidad empezó con muy malas noticias: el inopinado fallecimiento de Carlos Campillo Artero el 22 de diciembre. Malas noticias para sus amigos, que hemos perdido a uno de los buenos, de los happy few stendhalianos, pero también para nuestro entorno societario, en el que Carlos fue un activo dinamizador y un referente en distintas áreas.
Carlos Campillo era, como muchos afiliados de SESPAS, doctor en Medicina y Cirugía y especialista en Medicina Preventiva y Salud Pública, pero también Master in Public Health por la Johns Hopkins Bloomberg School, consultor de la Organización Mundial de la Salud y exfuncionario de la Organización Panamericana de la Salud, a la que llegó en 1988 desde su Barcelona natal y de la que volvió cargado de conocimientos, amistades y vivencias para responsabilizarse de la evaluación clínica y de servicios de salud en el Servicio de Salud de las Islas Baleares.
De su actividad como investigador dan cuenta sus múltiples trabajos en Gaceta Sanitaria,Health Policy, Medicina Clínica o Applied Health Economics and Health Policy, donde se pueden atisbar sus amplios intereses y saberes en artículos en los que se despliegan sus notables capacidades de estructuración, síntesis y señalización de vías de avance no siempre obvias. Entre la panoplia de asuntos abordados con originalidad, conocimiento y rigor, podemos recordar los referidos a la epidemia de neuropatía en Cuba, que vivió in situ, la evaluación de tecnologías sanitarias, las guías de práctica clínica, la fijación de precios de medicamentos, la regulación de dispositivos médicos, los medicamentos huérfanos o la iatrogenia, así como sus importantes aportaciones como coordinador de seguridad del paciente.
Algo menos visibles son sus esfuerzos y logros como docente original, claro e iluminador, y sus valiosas aportaciones para mejorar cualquier trabajo de interés que se cruzará en su camino. Porque uno de los principales rasgos de Carlos Campillo era su generosidad y entrega. Compartía de modo entusiasta sus saberes y originales visiones, pero no meramente en la amplia docencia que practicaba, sino también en discretas colaboraciones con amigos, conocidos y colegas, que mejoraban notablemente el rigor y la calidad de los trabajos que pasaban por sus manos. Seguramente, la inclusión en PubMed de un MeSH para indexar agradecimientos aproximaría una idea del volumen de estos, pero no podría dar cuenta de su relevancia y exigencia.
Carlos era cordial sin impostación, innovador y entusiasta, además de un maestro en la necesaria colaboración. Sus aportaciones como editor del Boletín Economía y Salud de AES revigorizaron una publicación en transición, ampliando sus márgenes hasta niveles previamente impensables, haciendo posible la participación de expertos nacionales e internacionales en temas de máxima actualidad en economía de la salud, como la salud en América Latina, el coste-efectividad o los aspectos jurídicos del Sistema Nacional de Salud.
Generosidad y compartir aparecerían como palabras clave en cualquier texto sobre la vida de Carlos Campillo, pues no solo compartía sus conocimientos, también sus aficiones y sus amistades, incluso con mayor intensidad. Cientos han disfrutado de los saberes literarios y culinarios de Carlos, y unos pocos menos han comprobado sus habilidades sobresalientes en la elaboración de variados platos y comistrajos. Pero prácticamente todos los que han entrado en su círculo de amistades han compartido encuentros, noticias o afectos con el resto de su esfera privada que hacía de disfrute público.
Cuando se agolpan los recuerdos de tantos encuentros a lo largo de los años, tanto en reuniones científicas o profesionales como en viajes de puro «gosar, mihemano, gosar» (uno de sus cubanismos habituales) en compañía de Mariasun, conviene entresacar de las anécdotas aquellas que delatan una categoría de persona. Entre estas últimas, en una ocasión en que nos reunimos en Nueva York para celebrar su aniversario —solía comunicar a algunos amigos el local donde pretendía celebrarlo, en una discreta invitación a unirte— fuimos a un restaurante mexicano innovador que yo le había recomendado. Al entrar al local, que ellos ya habían visitado previamente, todo el personal saludaba con afecto y celebración al doctor de los chiles, pues en su anterior cena los había dejado estupefactos con su conocimiento y paladar para las distintas variedades de estos condimentos que Carlos atesoraba y empleaba con fruición. Conseguir reconocimiento y afecto puede ser una de las mejores aspiraciones que quepa albergar, y Carlos lo lograba fácilmente, sin esfuerzo ni intención.
En algún momento de las conversaciones con Campillo era frecuente que prescribiese que nos aumentásemos la dosis de carpe diem (aprovecha el día). Incluso con su prematuro final, podemos certificar que carpsisti dierum «mihemano». Aprovechaste los días.