Los recientes debates sobre la legalización del consumo recreativo del cannabis y su autorización para uso terapéutico están provocando confusión a diferentes niveles1–4. Los medios de comunicación, los responsables políticos e incluso parte de la comunidad científica están emitiendo mensajes contradictorios que provocan ideas erróneas en la opinión pública.
Con frecuencia se habla del cannabis como si fuera una sustancia con un único componente y un único efecto, y de su posible uso terapéutico como si fuera simplemente un efecto secundario del uso recreativo. Al mismo tiempo, no siempre se explicita que su consumo fumado no es inocuo ni recomendable5. Así, se mezclan los efectos del posible medicamento «cannabis» con los de la droga recreativa, lo cual provoca que llegue a la población un mensaje sesgado sobre los potenciales efectos de ambos6,7.
Es necesario aclarar los términos para delimitar los ámbitos de intervención. La sociedad ha convivido con los opiáceos diferenciando los derivados de uso medicinal, como la morfina, de los de uso recreativo, como la heroína (diacetilmorfina). El cannabis y los opiáceos no son drogas equiparables, pero intentemos que los mensajes de sus diferentes empleos se ajusten a los efectos esperados de una manera similar. Transmitamos a la población mensajes claros sobre el cannabis, en sus diferentes formas y usos.
La planta de cannabis contiene más de cien cannabinoides, de los cuales dos son los más frecuentes: el Δ-9-tetrahidrocannabinol (THC) y el cannabidiol (CBD). Estos se encuentran en diferentes concentraciones, dependiendo de la cepa de cannabis estudiada, y tienen efectos clínicos y farmacodinámicos bastante diferentes8. La potencia del cannabis, en cuanto a sus efectos psicoactivos derivados de su uso recreativo, viene fundamentalmente determinada por la cantidad de THC que contiene9,10; aunque su concentración ha ido aumentando en las últimas décadas, rara vez supera el 15%11,12.
Los posibles efectos terapéuticos del cannabis13,14 tienen poco que ver con los efectos crónicos y agudos del consumo recreativo15,16. Algunos cannabinoides, muy probablemente el CBD, pueden tener un futuro como medicamentos para aliviar el dolor10,17. De hecho, su empleo ya está aceptado por la Agencia Europea de Medicamentos para el tratamiento de síntomas del síndrome de Lennox-Gastaut18. Pero este uso medicinal tiene que separarse del uso recreativo de la droga.
Hablar de cannabis en el contexto terapéutico (es decir, con supervisión médica) carece de precisión. Significa hablar de varios cannabinoides con potenciales efectos antagónicos simultáneamente. Cuando se estudien los efectos del cannabis, sería más útil separarlos según sus componentes activos, en especial sus dos principales: el THC y el CBD. Y limitemos el uso de la palabra «cannabis» a (partes o concentraciones de) la planta, evitando el empleo de términos como «marihuana»19,20 que están más abiertos a la interpretación.
La cuestión de si debe regularse el uso recreativo o el uso terapéutico debe abordarse por separado, con definiciones claras de los componentes que abarca. Hacerlo no es un mero ejercicio semántico21. Ni el posible uso medicinal debe contaminar el debate sobre la regulación del consumo recreativo, ni las posibles connotaciones no científicas negativas del cannabis deben considerarse en su posible futuro como medicamento. Se trata de emplear la terminología con precisión en cada discusión y no mezclarla. El debate del uso recreativo debería abordarse desde el punto de vista objetivo de la regulación de una sustancia cuyo consumo (como es el caso del alcohol y el tabaco) conlleva riesgos para la salud que los potenciales usuarios deben conocer22–24, y corresponde a las autoridades sanitarias divulgarlos de manera bien diferenciada de los del consumo medicinal. Regularizar el uso recreativo implicaría a una sustancia, no un medicamento, que aunque provenga de la misma planta es una cuestión muy diferente. El debate de los cannabinoides debe afrontarse como el de cualquier otro medicamento. Son dos debates y no debemos seguir mezclándolos. Tenemos instituciones nacionales e internacionales (por ejemplo, la Organización de las Naciones Unidas o las diferentes agencias de medicamentos) capaces de liderar por separado cada uno de ellos. Mientras tanto, pidamos a los profesionales, a los medios de comunicación y a los responsables políticos que sean claros en su mensaje, diferenciando claramente el uso recreativo (el cannabis, es decir, productos de la planta entera con una determinada concentración mínima de THC) y el uso medicinal (productos refinados, con diferentes cantidades de cannabinoides como CBD o THC, definidas como en cualquier otro medicamento para producir efectos terapéuticos acordes con estas dosis).
La magnitud de las consecuencias («carga de enfermedad») del consumo de cannabis es mucho menor que la del alcohol o el tabaco, que son sustancias legales25–27. Y no se trata de ser alarmista en este punto. Pero no por ello las desdeñemos. No solo el consumo recreativo de cannabis a diferentes edades sigue siendo elevado (más del 17% de la población europea lo ha consumido en el último año), sino que también la disponibilidad de cannabis de alta potencia parece estar aumentando28. Todo, mientras la sensación de riesgo percibida ante su consumo entre determinados grupos ha disminuido11,28–30. Se han hecho propuestas basadas en la evidencia para la regulación del uso recreativo del cannabis24,25. Sin embargo, no es el momento de que la población, y especialmente los jóvenes, reciban mensajes contradictorios. Es importante cuidar la terminología, separar los mensajes y abordar estas posibles regularizaciones por separado.
Contribuciones de autoríaLas dos personas firmantes han concebido y redactado el artículo.
FinanciaciónNinguna.
Conflictos de interesesNinguno que declarar.