Existe cada vez más evidencia de que el sedentarismo es un factor de riesgo de morbilidad y mortalidad en todo el mundo, y de que mayores grados de actividad física mejoran la salud de la población1. En el artículo recientemente publicado en su revista por Chodzko-Zajko et al.2 se hace una revisión pormenorizada de las recomendaciones de actividad física para la población que figuran en las páginas web del Ministerio de Sanidad y de las Consejerías de Salud de las diferentes comunidades autónomas españolas, y se señala su falta de adecuación a las últimas directrices de la Organización Mundial de la Salud (OMS) del año 20101. Aunque sólo una comunidad autónoma (Andalucía) haya adecuado sus recomendaciones de actividad física a las realizadas para todo el mundo por la OMS1, esta misma organización destaca que lo realmente relevante, en salud pública, elevar los niveles de actividad física de la población, y para conseguirlo las directrices no son suficientes y «se deberían incorporar múltiples estrategias encaminadas a ayudar a las personas y a propiciar un entorno adecuado y creativo para la práctica de actividad física (…) con planteamientos multisectoriales y multidisciplinarios (…) teniendo en cuenta las diferencias culturales»1. Además, la evidencia científica nos dice que no hay garantías de que las directrices de actividad física de los organismos públicos encargados de la salud incrementen la adherencia a la actividad física3. Lo verdaderamente primordial, en prevención primaria, es aumentar el número de horas de actividad física en las escuelas, disponer de espacios seguros para la práctica de ejercicio físico, fomentar el uso de las escaleras en vez del ascensor, de la bicicleta para el ocio y el transporte, facilitar espacios como rutas para caminar e incentivar las caminatas, y promover el uso de podómetros sobre todo en la población sedentaria1,4. El asesoramiento y el consejo para aumentar la actividad física, desde atención primaria, también es una intervención relevante cuando se «vincula a la prevención y control de enfermedades no transmisibles, de la diabetes y la obesidad»1. A todo esto hay que añadir que, aunque las directrices de la OMS1 se basan en la mayor evidencia científica, en algunos estudios se ha encontrado que grados de actividad física por debajo de las recomendaciones de la propia OMS ya generan una disminución del riesgo de determinadas enfermedades (cáncer incluido) y de mortalidad5. Otro aspecto importante en salud pública, y que no se comenta en el artículo de Chodzko-Zajko et al.2, es que, a pesar de que se cumplan las recomendaciones de actividad física que preconiza la OMS, permanecer más de un cierto número de horas sentado sin interrupciones presenta una asociación con mayor riesgo de obesidad y de síndrome metabólico6. Nosotros creemos que adecuar las directrices de actividad física que realizan los diferentes organismos sanitarios estatales y federales (o regionales) es importante, pero que lo transcendente en salud pública es implementar medidas, desde diferentes ámbitos (escolar, municipal, laboral y sanitario), con la máxima coordinación, que realmente incrementen los niveles de actividad física de la población y reduzcan los comportamientos sedentarios1,4.
Contribuciones de autoríaAmbos autores han concebido la carta. J.J. Crespo-Salgado es el autor principal. A. Blanco-Moure ha colaborado en su elaboración, en particular en la revisión bibliográfica y del texto.
FinanciaciónNinguna.
Conflicto de interesesNinguno.