He leído con atención el reciente editorial de su revista titulado Dificultades, trampas y tópicos en la planificación del personal médico1. En él se expone con acierto la compleja situación actual de la profesión médica, que con ratios poblacionales similares a las de nuestro entorno, no tiene efectivos disponibles en algunas especialidades y ámbitos geográficos para asegurar las necesidades asistenciales de la población. Sin embargo, me gustaría aportar un par de observaciones a lo expuesto en el artículo.
No me parece, en primer lugar, que la calificación de esta situación como de «crisis aguda» sea la más adecuada, ni que tenga justificación objetiva alguna. Ni siquiera comparto que se pueda hablar de déficit de médicos, como también se hace en el texto citado. No hay datos que apoyen la existencia de un déficit objetivo (recordemos la afirmación realizada sobre una ratio poblacional similar a la de nuestro entorno), ni entiendo que el mero hecho de que haya dificultades para encontrar profesionales en algunos ámbitos de actividad, y en unas condiciones laborales no siempre deseables, pueda calificarse así. En todo caso, la situación parece mostrar que hemos pasado de una situación de excedentes a otra con un número más ajustado de profesionales, en la cual las deficiencias del mercado mencionadas en el editorial dificultan la captación de los profesionales necesarios.
Por ello, no habríamos pasado «de un extremo a otro (…) en apenas ocho años», sino que la actual fase de transición2,3 habría sido agravada por el incremento poblacional y de dotaciones sanitarias de las Comunidades Autónomas, como acertadamente refiere el editorial comentado. Ambos fenómenos podrían haberse tomado en consideración si la evolución de la oferta médica hubiera sido convenientemente monitorizada por la autoridad sanitaria. Situaciones similares, por otro lado, se han producido en otras latitudes, por lo que no parecen en absoluto exclusivas de nuestro país4 ni pueden seguir causando sorpresa a los analistas.
Ambas consideraciones me parecen fundamentales. Por un lado, para evitar un alarmismo social absolutamente injustificado que dé pie a la clase política a tomar decisiones equivocadas e innecesarias (como la de incrementar sin límite el número de plazas de formación médica, tanto de pregrado como de posgrado, o alcanzar inmediatamente las 7.000, como ha anunciado recientemente el ministro de Sanidad5). Por otro lado, para que seamos conscientes de la necesidad de un seguimiento continuo de la realidad de la profesión médica en particular, y del conjunto de las profesiones sanitarias, si realmente queremos atender con eficiencia las necesidades de salud de la población.