Pensar el sexo es pensar el poder1
Es así (Victoria Camps2 alude a Amelia Valcárcel1) porque el varón no se concibe a sí mismo como sexo. Nunca tuvo que hacerlo. El sexo son ellas. Lo propio de la especie humana es lo masculino, mientras que lo femenino siempre se construye2.
«El problema es cómo deconstruir el imaginario y sustituirlo por otro que pueda ser auténticamente universal» (Victoria Camps2 se refiere a Catharine MacKinnon3). «Pero, ¿desde dónde vamos a construir la epistemología propia de las mujeres? Si todo es construcción social, lo único que cabe es ir revisando y corrigiendo esas construcciones, desde ellas mismas, no desde una supuesta construcción que nunca fue y que, por lo tanto, desconocemos porque no existe»2.
A pesar de la atención dedicada desde la educación para la salud, en el ámbito de la salud sexual-reproductiva, a los cambios fisiológicos de la mujer (paradigma de feminidad: pubertad, menopausia), con objeto de configurar una concepción/percepción natural/con naturalidad de esos cambios fisiológicos, cabe preguntarse cuántas de las falsas creencias milenarias se han visto erradicadas; o si, por el contrario, se han camuflado esos “mitos”, incorporándose ahora, además, supuestos requerimientos terapéuticos… Recordemos el inquietante concepto de la terapia hormonal sustitutiva.
Lo ilustraremos con un vocablo “con pocas aspiraciones”, una expresión vulgar, por coloquial, que cada día escuchamos en las consultas de Planificación Familiar: ante la pregunta inaplazable de la fecha de la última menstruación, la mujer responde con naturalidad: «me puse mala el…».
De la idea a la expresión4
O, según Cristina Peri Rossi5:
Saben |
desde el comienzo |
que el lenguaje |
es grito de la voz que se hace |
pensamiento |
pero nace, siempre, de la emoción |
y del sentimiento. |
[24] Lo mismo que nos engaña la apariencia de las cosas, nos engañan las palabras. Quien quiera obtener conocimiento de las palabras no puede basarse en ellas, sino que debe buscar la verdad por entre ellas, detrás de ellas. Puesto que también las palabras son imágenes que están en primer término y viven en la apariencia cotidiana. (…)
[33] «Al principio era el Verbo».
Antes de la forma estuvo siempre el pensamiento. (…)
En el siglo XXI se continúa “categorizando” la menstruación como proceso de enfermedad. Las prohibiciones y acontecimientos mágicos que se han asociado con la menstruación son milenarios y multiculturales. Aún hoy, mujeres y hombres evitan tener relaciones sexuales con la menstruación (atribuyamos el éxito de tan perdurable conducta a Plinio7).
Pero, ¿qué hace que la percepción de suciedad frente a enfermedad se encuentre tan arraigada en nuestra cultura? ¿Es una “categorización” de la mujer? ¿O pertenece al “imaginario”? ¿De qué forma contribuimos a ello los responsables de educación para la salud, aunque sólo sea con nuestra omisión, con nuestra tolerancia?
Ciertas palabras se utilizan |
en vez de otras, dicen. Cuando |
no hay palabras suficientes. |
Mejor cuando no hay |
cosa 8 . |
No se trata de ignorar que –en algunas mujeres– se altera la calidad de vida con el sangrado mensual, sino de sustraer la menstruación de un estado generalizado de enfermedad9. ¿Se suma a la transmisión de valores culturales obtusos y de costosa deconstrucción, visto lo anterior, un nuevo ingrediente? Esto es, mezclada con propuestas terapéuticas válidas, para el legítimo alivio de los síntomas, que incluyen el espaciamiento o la supresión de la menstruación, ¿existe una estrategia comercial que hace aún más difícil la desmedicalización?9
Marina10
Cuando las olas rompen en |
la orilla blanca abandonada |
de septiembre |
el reflujo deja en las arenas |
óvulos rojizos manchas de sangre |
la menstruación del mar. |