Este libro puede convertirse en un pequeño clásico. Su autor, David Michaels, es profesor en la Escuela de Salud Pública y Servicios Sanitarios George Washington, y cuenta con una trayectoria previa que va de la academia a la administración (con responsabilidades de gobierno durante el mandato del presidente Clinton), pasando por el lobbyingy la consultoría. En este texto, construido a partir de su larga experiencia impulsando regulaciones a favor de la salud pública, recoge el núcleo del proceso de construcción de los indicios científicos que han sustentado diversos episodios exitosos o fallidos de regulación de productos, y las estrategias que se han desarrollado desde empresas y grupos cuyos intereses económicos podían verse afectados por la regulación para confundir a gobernantes y legisladores, así como a la comunidad científica.
La economía de mercado ha demostrado su capacidad para crear riqueza, pero en diversas ocasiones se ha puesto de manifiesto la necesidad de la regulación del mercado para evitar externalidades y proteger el bien común. Las regulaciones sobre riesgos laborales, ambientales, y de las prácticas comerciales y de marketing, van en esta dirección. En países como Estados Unidos, donde la estructura regulatoria se apoya en la existencia de agencias reguladoras independientes, un clima ideológico de fundamentalismo neoliberal las ha puesto en la picota en nombre de la eficiencia económica. El lector español conoce bien algunos episodios relacionados con la regulación del tabaco, del alcohol y de algunos fármacos. En este volumen se desvelan numerosas historias relativas a riesgos en el trabajo (como el amianto, algunas aminas aromáticas, el plomo, el cromo o el berilio, algunos plásticos…), riesgos ambientales (entre otros, el mercurio emitido en centrales térmicas de lignito, el tetraetilo de plomo en la gasolina, o el humo ambiental del tabaco) y productos de consumo (como el tabaco, diversos fármacos o agentes saborizantes para las palomitas de maíz). Se desvela el patrón de acción de las empresas de relaciones públicas, consultoras y de pensamiento político financiadas por grupos de interés que crean dudas «científicas» de manera artificial para impedir, debilitar o simplemente frenar temporalmente la regulación. Dadas las limitaciones intrínsecas a la extrapolación de los resultados de la experimentación animal a los humanos y la imposibilidad de experimentar en humanos con sustancias presuntamente peligrosas, la regulación se apoya en buena parte en los resultados de estudios epidemiológicos, sujetos a los límites propios de esta disciplina: un núcleo de hábiles epidemiólogos han construido todo un cuerpo de métodos dirigidos a obtener resultados en estudios defensivos o en reanálisis de los datos de otros estudios que debiliten las asociaciones mediante la introducción deliberada de sesgos y la confusión. Se identifican las personas y las organizaciones clave en su trama en Estados Unidos, y se estudian y explican sus tácticas, mostrando la capacidad de algunos actores clave para ser expertos sucesivamente en un tema u otro, siempre generando dudas que debiliten las estrategias reguladoras. Pero, además, se relata cómo en los últimos años el gobierno de Estados Unidos ha designado para ocupar posiciones clave en las agencias reguladoras (como la FDA, la EPA o la OSHA) a personas ideológicamente hostiles al concepto mismo de regulación, o con intereses que las vinculan a los grupos de interés opuestos a ella. Se desvelan estas tramas y sus consecuencias.
El resultado es un ensayo apasionante, que será de interés tanto para el académico de la salud pública o la ciencia política como para el activista, o el científico perplejo por el dilatado período necesario para que las evidencias sobre el control de riesgos pasen del MED- LINE al Diario Oficial. Lógicamente, se echa en falta una perspectiva sobre historias europeas (o españolas) similares pese a las diferencias en nuestro marco regu- latorio. Hay muchas que merecen ser contadas: ¡hay tanto por hacer, y nadie lo hará por nosotros!