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Vol. 23. Núm. 3.
Páginas 259 (mayo - junio 2009)
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Enrique Gil, médico y epidemiólogo
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El pasado 22 de enero, el cuerpo de Enrique Gil ya no aguantó más y se nos fue. Y decimos el cuerpo porque su espíritu no desfalleció y hasta el final estuvo respondiendo a los SMS con ánimo y planteamientos de futuro.

Kike fue un médico de la generación que perdió un año de carrera universitaria por luchar contra la dictadura. Esa misma generación de la que surgió un nutrido grupo, sobrado de ilusión y de planteamientos sociales, que se dedicó a la Salud Pública. Hizo oposiciones a epidemiólogo para posteriormente aprobar las de Médico de Sanidad Nacional. Fue, desde siempre, un convencido funcionario de la Administración Pública, a la que sirvió con absoluta entrega, dedicación y lealtad.

La salud pública de este país no se puede explicar en los últimos años sin mencionar a Kike. Fue durante mucho tiempo el responsable de la epidemiología y la vigilancia desde el Ministerio, y mantuvo permanente contacto con el Centro Nacional de Epidemiología, adonde acudía personal y puntualmente una tarde a la semana. Posteriormente pasó a dirigir el Instituto de Salud Pública de la Comunidad de Madrid, del que de hecho ha sido su único director; una iniciativa ambiciosa que pretendió separar el plano político-administrativo de la salud pública (funciones que quedaron en la Dirección General) del puramente técnico y profesional (desarrollado por el mencionado Instituto), un intento que no llegó a cuajar. Finalmente serviría (ése era su concepto de la Administración Pública) en el Instituto de Salud Carlos III como responsable del Departamento de Calidad y Planificación, desde el que impulsó el Plan de Evaluación y Mejora de la Calidad del Instituto.

Kike era un hombre tranquilo, metódico, ordenado y riguroso, con una dedicación absoluta a su trabajo y de probada lealtad a la Administración. Un hombre que además cultivaba las relaciones personales con sus compañeros de trabajo. Su peculiar forma de hablar —no levantaba nunca la voz—, su delgadez y el color cobrizo de piel, junto a cierta laxitud en las formas, le conferían la peculiaridad de su singularidad.

Pero lo que mejor caracterizaba a Kike era su concepto de la amistad, ingenuo y admirable, y del cual se enorgullecía. Vamos a echarle en falta porque su presencia no se notaba, se daba por supuesta. Se preocupaba por todos, implicándose en los problemas personales de los demás, y sabía estar cerca, dando apoyo sin agobiar. Sabías que, si lo necesitabas, te echaría una mano aunque le supusiera tiempo y esfuerzo.

Kike se ha ido como se fueron Patxi Catala, Quino Pereira, Pepe Noriega y algunos más de los que, a veces en soledad y otras en grupo, nos acordamos.

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