Alfredo Morabia ha escrito una excelente introducción a la epidemiología basada en numerosos ejemplos de la historia de la medicina que sirven para ilustrar sus aspectos más relevantes. Constata así cómo la epidemiología ha contribuido a la resolución de enigmas sobre la salud y la enfermedad.
Los capítulos van desde el análisis de episodios que muestran la relevancia de los estudios prospectivos y retrospectivos hasta los ensayos clínicos o el cribado, con ejemplos conocidos, como la investigación de John Snow sobre el cólera en Londres (explicada como un ingenioso ejemplo de cómo contrastar hipótesis comparando grupos de poblaciones) o el ensayo de Lind y la pelagra, pero incluye otros menos conocidos que merece la pena leer. Una segunda parte comprende capítulos con ejemplos del siglo xx, como la serie de estudios observacionales que condujeron a establecer la asociación entre el consumo de tabaco y el cáncer de pulmón. El tratamiento de cada caso y sus correspondientes análisis de datos e interpretación son suficientes para que un lego en la materia se haga una idea completa del problema planteado, las dificultades que afrontaron los investigadores, las soluciones que aportaron al método epidemiológico (o los errores introducidos, como en el caso del tratamiento hormonal sustitutorio y el cáncer de mama), datos clave del caso estudiado y las conclusiones.
El texto se lee muy bien y se basa en un libro previo publicado en francés en el año 20111, que ha sufrido algunos cambios. Alfredo Morabia había enseñado previamente en Suiza, antes de trasladarse a la Columbia University en 2006, donde trabaja como Catedrático de Epidemiología y dirigió la revista Preventive Medicine hasta 2013; también había editado ya una interesante historia de la epidemiología2. La edición francesa mencionada1 tenía un título que, a nuestro parecer, representa mejor la intención del autor: que la epidemiología sirve como un componente esencial para que la población distinga entre las creencias y el conocimiento crítico de la realidad. Esta toma de partido tan clara por parte del autor para defender dicho rol de la epidemiología es uno de los aspectos que hacen a este libro más atractivo, junto con la inteligente utilización de su historia para demostrarlo. La principal característica de la epidemiología, repetidamente remarcada a lo largo del texto, es la necesidad de comparar grupos de personas en el diseño de todos los estudios y la consiguiente necesidad de pensar en términos de poblaciones, y no de individuos. La necesidad que plantea la epidemiología de cambiar el nivel de análisis del individuo a la población es considerado como la principal dificultad para entender las conclusiones de los estudios epidemiológicos y las implicaciones para la salud pública que pueden derivarse. Sin esta perspectiva poblacional no es posible conseguir avanzar en el conocimiento necesario para prevenir, detectar precozmente o tratar las enfermedades.
Como afirma Morabia, pasar del enfoque individual (¿funcionará para mí?) al poblacional (¿funciona?) es un obstáculo que todo el mundo debe afrontar cuando se acerca a la epidemiología. De aquí a proponer una «alfabetización epidemiológica» (epidemiologic literacy) introduciendo este enfoque en la escuela secundaria y universitaria para mejorar la capacidad de pensar en estos términos por segmentos cada vez mayores de la población, como propone en uno de los últimos capítulos, hay un paso que parece poco viable, aunque podamos compartir su necesidad. Que consideremos esta propuesta poco viable, aunque conveniente, no debe hacer olvidar que hacía tiempo que no leíamos una defensa tan apasionada como rigurosa de la necesidad de una perspectiva poblacional para comprender los fenómenos relacionados con la dinámica de la salud y la enfermedad. Esto, junto con la riqueza de ejemplos históricos muy bien contextualizados, hacen de este libro una excelente introducción de alta divulgación al pensamiento epidemiológico.
En el capítulo final se plantea una pregunta cargada de futuro, si con el progreso científico orientado hacia una individualización del paciente y de su tratamiento, no será necesario compararlos en grupos. Responde negativamente («todavía tenemos esperanza para unos años…») a partir de consideraciones efectuadas por Claude Bernard cuando debatió con un médico de Montpellier que, criticando el método «numérico» de Pierre Louis, precursor de la epidemiología, defendía que el médico sólo debe tratar pacientes individuales y para eso sólo dispone de su intuición clínica. En primer lugar, recuerda Morabia que Bernard defendía que, para tratar un paciente individual, el médico necesita pensar como científico y poder evaluar críticamente si su éxito terapéutico se debe a su intervención o a la de la naturaleza; en segundo lugar, que la medicina necesita evaluar muestras en el laboratorio o pacientes en la clínica, agruparlos y compararlos, y esto seguirá siendo así; y finalmente, que aunque la medicina será personalizada, el azar siempre interviene y convierte en imposible la absoluta individualización que permita olvidarse del grupo.
En resumen, que tenemos epidemiología para rato y, con este libro, muchos más elementos para valorar la contribución a la salud pública y al estudio de los determinantes de la salud y la enfermedad de la población (nunca dicho de manera más apropiada). Sólo queda esperar que algún editor piadoso lo publique en nuestra lengua, cosa que recomendamos encarecidamente.
Contribuciones de autoríaJ.M. Borràs redactó el primer borrador de la recensión, que E. Fernández revisó. Ambos autores aprobaron la versión final.
FinanciaciónInstituto de Salud Carlos III (RD12/0036/0053) y de la Generalitat de Catalunya (2009SGR192).
Conflictos de interesesNinguno.