Agradecemos la carta de Rafael del Pino et al1 en la cual comentan nuestro artículo2. Sus sugerencias resultan de interés en tanto que profundizan en el debate sobre los efectos de los cuidados informales, si bien deseamos puntualizar dos aspectos mencionados en su escrito. En primer lugar, el referido a la asignación como grupo de comparación a la población no cuidadora, señalada por los autores como una limitación del estudio. Aunque su propuesta resulta de interés para análisis adicionales, consideramos que el diseño aplicado en nuestro estudio era el más adecuado para los objetivos establecidos, es decir, estudiar en qué medida la exposición a un fenómeno (cuidado informal) es un factor de riesgo para la salud de quien cuida, y determinar factores que puedan moderar o incrementar dicho riesgo en hombres y mujeres que cuidan. Por ello se comparó la salud en personas expuestas y no expuestas, y se analizó la modificación del efecto producido por la carga objetiva de trabajo (factores ligados al género) estratificado por sexo, a fin de detectar si dicho efecto difería en hombres y mujeres cuidadores.
En segundo lugar, los autores advierten el escaso énfasis sobre las relaciones de causalidad entre los roles de género y la calidad de vida de quienes cuidan. Una de las aportaciones de nuestro estudio es la confirmación de la peor salud de la población cuidadora respecto a la no cuidadora, siendo dicha pérdida mayor cuanto mayor es la carga de cuidado asumida, la cual tiende a ser mayor en las mujeres. Estos resultados ponen de manifiesto el papel de los roles de género como factor explicativo del desigual impacto que cuidar tiene en el bienestar de las personas que realizan los cuidados. Nancy Krieger3 señala que los términos género (concepto social) y sexo (característica biológica) son distintos e intercambiables, y dependiendo del objetivo del estudio, ambos, ninguno, uno u otro pueden ser pertinentes como determinantes únicos, independientes o sinérgicos de los resultados. A este respecto, el desigual impacto en la salud de las cuidadoras y los cuidadores observado en nuestro estudio no se sustenta en las diferencias biológicas de los hombres o mujeres que cuidan, sino en el diferente significado que cuidar representa para unos y otras. Estas diferencias son producto de la desigual socialización, que enfatiza el valor de la atención a los demás como aspecto central de la identidad femenina, mientras exime a los hombres de tal responsabilidad. La variable «carga de trabajo» permite medir la vigencia de los roles de género en los estudios de cuidado, poniendo de manifiesto la significativamente mayor implicación y responsabilidad en tiempo e intensidad de las mujeres respecto de los hombres, aun cuando unos y otros se autodefinen como cuidadores. Al igual que Pinquart y Sörensen4, entendemos que hay muchas similitudes entre los hombres y las mujeres que cuidan, pero no compartimos el que las diferencias en la carga objetiva de trabajo se expliquen únicamente por las necesidades de la persona cuidada, sin que medien los roles de género en la actitud de quien cuida. Finalmente, creemos desacertada la consideración de Del Pino et al sobre los «estudiosos del género» que, según los autores, tienden a magnificar las desigualdades más allá de lo que en realidad son. Sin duda, quienes analizamos desigualdades en salud que son evitables e injustas, como son las desigualdades de género, pretendemos su eliminación porque constituyen un problema de salud pública y de justicia social.