«Como no va conmigo miro para otro lado» Y hemos llegado donde estamos. Me parece muy triste que hayamos llegado a donde hemos llegado. Me parece terrible. (Uno de los testimonios)
Son objeto de estudio por parte de la salud pública cualquiera de los determinantes de salud de las personas y de los colectivos, de manera que no deberían sorprender las investigaciones sanitarias sobre la violencia colectiva, dada su potencial influencia sobre la salud de los individuos y de los pueblos.
La OMS define la violencia colectiva como el uso instrumental de la fuerza por gentes que se reconocen como miembros de un grupo —estable o transitorio— contra otro grupo percibido como tal, sea real o imaginario, para conseguir determinados propósitos políticos, económicos y sociales1. Una descripción que refleja lo que desde hace 50 años sucede en Euskadi. Aunque abundan las indagaciones, reflexiones y especulaciones sobre los orígenes, implicaciones e incluso posibles soluciones de los conflictos que generan este tipo de violencia, son excepcionales las publicaciones que dan cuenta de análisis epidemiológicos y sanitarios sobre los efectos en la salud de personas y poblaciones, como el trabajo irlandés2 que ha servido de estímulo y antecedente a la investigación del impacto en la salud de la violencia colectiva (ISAVIC) en el País Vasco.
El título mismo del libro sugiere al lector el alcance y las perspectivas desde las que se ha gestado, diseñado y llevado a cabo el trabajo, y evoca las circunstancias que motivaron el empeño, básicamente desarrollado por profesionales de la salud pública, conscientes de su compromiso ciudadano con las víctimas3.
La noche de las víctimas consta de siete capítulos, tres de los cuales se denominan partes, precedidas por una introducción y seguidas por las conclusiones y recomendaciones que continúan con un epílogo, para acabar con una explicación de cómo se hizo el estudio. Completan el texto 85 referencias bibliográficas.
Las tres partes mencionadas se refieren al núcleo de la aportación. La primera de ellas lleva por título «La tragedia humana», y es donde se contextualiza el trabajo. En la segunda se presentan los resultados, y en la tercera, llamada «Hablan las víctimas», se recogen 59 testimonios que incluyen 183 manifestaciones literales de las víctimas, clasificadas en cuatro categorías: «Un recorrido por la salud» que agrupa 11 secciones, 32 testimonios y 168 manifestaciones; «Viviendo en sociedad», con tres secciones, nueve testimonios y 50 manifestaciones; «La víctima, sus acciones y su recuperación», con tres secciones, 12 testimonios y 53 manifestaciones; y «Un mensaje final» con cuatro testimonios y 12 manifestaciones.
Los resultados y las conclusiones proceden de distintos análisis de los datos obtenidos. Por un lado, la elaboración de los datos de las entrevistas a las víctimas primarias, que al final fueron 33 de las 36 inicialmente seleccionadas que también cumplimentaron los cuestionarios dirigidos a la muestra de la población general, y por otra parte el conjunto de respuestas al cuestionario, en total 2040 individuos que se agruparon en tres categorías de acuerdo con su experiencia personal con la violencia. Es un artefacto analítico empleado para ampliar las comparaciones, pero que comporta limitaciones, por lo que la interpretación de los resultados debe ser cautelosa. No obstante, lo que queda claro es que la repercusión de la violencia colectiva sobre la salud de las víctimas primarias es persistente y del orden de cuatro a siete veces rspecto a la población que no ha experimentado violencia, y que cualquier tipo de violencia sufrida influye negativamente sobre la salud de quienes la han experimentado. También se evidencia que las víctimas tienden a aislarse y que no se sienten suficientemente atendidas por el sistema sanitario.
Sin embargo, una de las consideraciones más sugestivas del libro tiene que ver con el impacto social de la violencia. El estudio pone de manifiesto que la experiencia directa de cualquier tipo de violencia es del orden del 16%, es decir, que una de cada seis personas la ha padecido. Las que se han visto afectadas directamente por la violencia colectiva son apenas el 1,3% de la muestra, 26 casos. En cambio, la distorsión social atribuible a tales episodios es mucho mayor, porque la violencia colectiva no es una experiencia privada. Como se dice en la página 43 del libro: «El tejido social de una comunidad se debilita cuando la violencia arremete contra él. Las estructuras comunitarias pueden dejar de responder a las necesidades de apoyo y atención de sus miembros. (…) El terror causa desconfianza y la desconfianza desestructura los lazos comunitarios. (…) Si (las víctimas) no encuentran una solución satisfactoria, pueden sentirse desesperanzados e inseguros, culpables, avergonzados y desamparados».